top of page

Vivir para servir

El viento barría las hojas secas mientras, en medio de risas, esperaba junto a mis dos compañeras la llegada de nuestra cita. El sol iluminaba los pasillos de aquel corazón del pueblo. Seis caminos que - como venas-  marcaban el recorrido de miles de historias, todas reunidas en un mismo punto: el parque.

​

Cada árbol, calle, hueco, casa, animal y persona narraba algo. Aquí el territorio hablaba por sí mismo. Frente a nosotras se encontraba un grupo de mujeres indígenas. Una de ellas cargaba a su bebé, de unos seis meses, en un chumbe.

​

Observar la lana, los colores llamativos y el diseño del chumbe, me permitieron recordar la forma en que mi mamá me acomodaba en su espalda para ir a trabajar. Mi familia es nasa, ellos son paeces. Desafortunadamente no nací en Páez pero si conservo muchas de las tradiciones y creencias ancestrales. Mi mamá y mis tías se han encargado de ello.

​

Como ese bebé hace algunos años estuve yo. Reposando en la espalda de mi madre, sintiendo su calor y amor. Un calor, que en mi caso, era necesario para sobrevivir. En el caso del niño, supongo, para vivir. Aquel chumbe nos permitía sentir – con una proximidad increíble – a nuestras mamás. Un tejido que nos unía a ellas tanto como el cordón umbilical lo hizo en su momento.

​

Así como el niño estaba unido a su madre, ahora por el chumbe y la teta; algunos caldoneños estaban atados a su pueblo, tal vez por “haber enterrado el ombligo en este lugar”, como muchos lo aseguran. Jairo, nuestra cita, nuestro conductor, era el claro ejemplo de ello. Un hombre de estatura promedio y tez blanca, que pese a todo sigue trabajando en su pueblo. El sitio que lo vio nacer y crecer.

​

Al llegar nos saludó con la misma cordialidad de siempre. Esta vez – por el  momento – no habría ningún viaje. Era hora de empezar a contactar a diferentes personas y conocer su testimonio.

​

En medio de un caluroso viento fueron llegando, uno a uno, sus amigos y conocidos. La conversación, acompañada de algunas empanadas, empezó a girar en torno a la primera toma que hubo en Caldono, hace veintiún años.

​

En medio de la charla, el rostro de Jairo - antes tranquilo- se transformó. Sus músculos se estiraron y las arrugas de expresión se marcaron aún más. Mientras abría sus ojos y boca se escuchó un grito, llamaba a alguien.

​

Con su empanada en la mano izquierda, salió caminando – casi corriendo – hacia la salida del parque, justo frente a la iglesia, cerca de los raspados. A medida que se retiraba escuché algunas palabras: “este es el que necesitamos…”

​

Giré rápidamente, sin disimular, hacía donde estaba Jairo, quería saber quién era esa persona que necesitábamos. Logré identificarlo, era el hombre de la foto que me había mostrado, minutos antes, mi compañera. Su nombre era Walter. Un señor de aproximadamente unos cincuenta años de edad. Un líder del pueblo y del municipio. Aquel hombre había sido para muchos, un apoyo durante el conflicto armado. Su casa llegó a convertirse en el punto de encuentro de muchos vecinos. Una persona que más que un simple habitante se había convertido en un referente de seguridad y confianza para los caldoneños.

​

Walter nació en Caldono. Aquí está su vida, su todo. Lo primero para él será, siempre, el bienestar de la gente y de su municipio. Por ello, desde los trece años, aun cuando estaba en bachillerato, decidió iniciar proyectos con fines sociales. Un joven que además de estudiar decidió colaborar y luchar, junto a algunos profesores y habitantes del pueblo, por la fundación del primer colegio de secundaria en Caldono, llamado Susana Trochez de Díaz.

​

Entre el 60 y 78, se buscó la aprobación del colegio. Un proyecto que contaba con estudiantes pero no con una planta física para brindar la educación. Por esta razón, junto a varios profesores, Walter decidió viajar hacia Popayán, la capital del departamento del Cauca, para buscar el aval, desde la secretaría de educación, para la construcción del colegio.

​

Después de un largo viaje, un tanto ansioso y estresante, todos lograron el “sí” que tanto habían esperado. De regreso a casa, en medio de la emoción y el corazón latiendo – rápidamente- de la felicidad, la construcción de la Susana Trochez empezó.

​

Inicialmente, el colegio estuvo ubicado en varias partes del pueblo. El grado octavo, en ese entonces tercero, funcionaba en donde hoy día se encuentra el segundo piso de la Alcaldía Municipal. Finalmente, después del arduo trabajo de Walter, y demás compañeros, la construcción del colegio se realizó cerca a la cancha de fútbol, junto al coliseo del pueblo.

​

El sentimiento de victoria y la satisfacción de poder ayudar a otro, generó que Walter descubriera lo que quería hacer durante toda su vida: darle la mano a los demás. Así fue como empezó a construir su camino como líder social. Actualmente establecido y reconocido tanto regional como internacionalmente.

​

Mientras jugaba con sus manos y se tocaba el mentón, Walter nos habló sobre su experiencia como víctima del conflicto armado y su rol como líder social. Asimismo, nos contó que un tiempo después de participar en la fundación de la Susana Trochez, se fue de Caldono, por primera vez, a vivir a Silvia. Hubo muchas ocasiones en las que varios profesores intentaron regresarlo a casa. Sin embargo, “ya le habían gustado las güambianas”, entonces se quedó allá.

​

Al regresar a la cabecera municipal de Caldono, Walter se convirtió en profesor de primaria, durante ocho años, y enseñó en varias escuelas del municipio. Aquella profesión le permitió entregar y compartir con todos los niños los conocimientos que sabía. Una vez más estaba sirviendo, desde la academia, a su comunidad.

​

Su maleta negra, sus pantalones de tela, sus zapatos bien lustrados y su enorme sonrisa, permiten identificarlo claramente, desde cualquier distancia. Además, nunca se lo encuentra solo, siempre está acompañado, conversando y compartiendo con su comunidad.

​

Durante el conflicto armado, su profesión de profesor no quedó de lado, su ideal de “vivir para servir”, tampoco. Incluso, se fortaleció más. No importaba si era policía, soldado, guerrillero, civil. Lo único – que a él le importaba- era la vida y no precisamente la suya.

​

En ese momento tenían que aprender a vivir en guerra. Fue así como enseñó a los niños y a toda la comunidad a cómo actuar durante una toma guerrillera. Su casa, las cuatro paredes de su sala, se convirtieron en el refugio de muchos caldoneños para quienes el sonido de los tatucos y pipas era totalmente abrumador. Walter nunca pasó una toma guerrillera solo. Era fundamental estar acompañado. En compañía se siente menos fuerte la guerra. Se encuentra apoyo y fortaleza.

​

Su rol como líder no acabó con los acuerdos de paz. Por el contrario tomó más fuerza. Era una nueva etapa. Una nueva hoja en su libreta y en la vida de todos. El capítulo más anhelado dentro de la historia de Caldono y del país, llamado: paz.

​

Con reuniones, conferencias, talleres y la participación en algunos proyectos, Walter empezó a colaborar en la construcción de lo que sería Caldono después de los acuerdos de Paz. Fue así, como en compañía de varios personajes públicos, ayudó al posicionamiento de la “zona veredal” en Caldono. Todo esto pensando en que muchos excombatientes son de la región y podrían, después de mucho, reencontrarse con sus familias.

​

Walter no sólo es un líder social sino también un promotor y constructor de la paz. Una paz que no llega con el fin de la guerra. Una paz que se construye día a día con una buena educación, salud, trabajo, alimentación, infraestructura vial, entre muchas otras cosas más.

​

Llegar al pueblo y escuchar las risas de algunas personas, mientras hablan con tranquilidad, en alguna banca o muro del parque, ver los rostros de felicidad de los niños al jugar y percibir el olor de las empanadas al fritarse, me hace desear, cada vez que salgo del pueblo, que al volver siga intacta esta imagen: de paz y tranquilidad.

​

Además de ser un líder social. Walter había hecho lo que nadie más en el pueblo. Aquel hombre siempre andaba – hasta ahora – con una agenda de mano y un lapicero. Todo lo que llame su atención será escrito y guardado, con toda seguridad, en las hojas de aquella libreta. Fue este hecho de anotar todo, hasta el más mínimo detalle, lo que le ha permitido – hoy día- recordar la mayoría de situaciones y personas con cierta precisión.

​

En hojas pasadas, de agendas ya archivadas, reposa la historia de este pueblo. Los detalles de cada hostigamiento y toma – la fecha, la hora, el hecho y las consecuencias – se encuentran en muchas de sus libretas. Todo con el único objetivo de luchar por la memoria histórica de Caldono, al menos así lo afirma este líder social.

​

El final de la reunión fue aproximándose. No sería la última vez que viéramos a Walter. Es hora de regresar a la ciudad. Allá donde no nos damos cuenta de lo que pasa en los pueblos. Allá donde construí mi velo frente a la realidad.

Crónica sobre el acercamiento a la comunidad civil de Caldono y la historia de vida de uno de sus líderes sociales más importantes
  • Facebook
  • Twitter
  • YouTube
  • Instagram
bottom of page