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El silbato

Relato escrito

Algunos niños, entre los 11 y 14 años, durante 1995, optaron por trabajar, cada fin de semana, parando buses en la vía panamericana Popayán – Cali.

 

El carro se aproximaba cada vez más y más. La oscuridad de la noche se había ido. Las luces del carro iluminaban parte de la carretera. En medio de la panamericana se escucharon unos sonidos muy agudos. Era un niño con un silbato. Le pedía al conductor que parara. El bus aceleró omitiendo su presencia en la vía. La oscuridad había regresado. El pequeño ya no estaba.

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- “Mijo no vaya, vea que la plata no es todo”, le repetía – en medio de la angustia- Walter a su hijo.

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- “Pero papá es que la necesitamos”, respondía el niño tratando de convencerlo.

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Eran las cinco de la tarde. La lluvia parecía ser una aliada más de Walter. Aquel viernes, de un Marzo en el 95, las calles de Caldono se empaparon de un fuerte aguacero. Todo parecía estar programado para que el hijo de Walter, Javier, no viajara aquel fin de semana.

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Las promesas de un buen mercado, una moto, un celular y algo de dinero hacían que como el hijo de Walter muchos niños quisieran irse a la Panamericana, en Pescador, a tan sólo parar unos cuantos carros. Entre más, mejor.

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El reloj corría. Pronto saldría el último turno. Javier debía estar en Pescador, junto a sus otros tres compañeros, antes de las seis de la tarde. Aquella hora en donde la noche va llegando y con ella la oscuridad. Esa que escondía en la vía principal a muchos pequeños que trabajan, en algunos casos, por necesidad.

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Mientras Javier alistaba su maleta, Walter trataba de convencerlo de no irse, con frases como: “el día que usted no les sirva lo van a dejar”, “¿y qué tal si vienen a buscarlo?”, “la plata no es todo, mire que no nos hemos acostado sin comer”.

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Los niños se enteraban de este “trabajo” en el descanso del colegio. Usualmente por algunos compañeros que empezaban gastándoles algunos refrigerios para luego invitarlos a hacer parte del grupo. Las promesas iban desde una remesa hasta cuatrocientos mil pesos. Dinero que sus papás no se ganaban ni en dos meses.

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Los hechos cometidos por aquel grupo, de “los niños del silbato”, se le atribuyeron a la delincuencia común. Nadie conocía a sus representantes. Incluso, hasta ahora, muchos habitantes desconocen la existencia de estas actividades ilegales. Hechos que quedaron en el pasado.

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La lluvia incrementaba y con cada palabra, que salía de la boca de Walter, su hijo parecía más desanimado. Javier, con el ceño fruncido, un tanto preocupado, decidió hacerle caso a su padre y dejar atrás el plan de aquel viernes. Walter, por su parte, tenía en su rostro una gran sonrisa dibujada. Había logrado detener a su hijo. Había logrado salvarlo.

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Dos días después, faltando pocas horas para entrar a clase, Walter se enteró que aquel fin de semana habían atropellado personas niños en la vía panamericana. Los cuerpos se registraron como NN en el cementerio del pueblo. Fue cuestión de verlos, cuando Walter había deducido la causa de la muerte. Aquellos pequeños hacían parte del grupo al que se iba a ir su hijo el viernes pasado.

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Javier pudo haber sido uno de las personas atropelladas, no volver a casa y haber muerto como esos dos niños. Ese no fue el único caso, hubo algunos otros menores de edad que también fueron atropellados por conductores en la vía, durante cualquier noche de un fin de semana. Conductores que ya no creían en la inocencia de esos niños, entre los 11 y 13 años.

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Ese viernes en la noche, los sonidos agudos del silbato y la figura de un cuerpo dibujada por las luces del carro, no lograron que el conductor se detuviera. Aquella persona, tal vez, sabía lo que estaba pasando. Alguien, quizá, le había comentado con anticipación para que él, como diría Walter, “no comiera cuento”.

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