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Lo que vino después

Cuando volví a Caldono, me alegró mucho encontrar un territorio tranquilo. Lo primero que hice fue visitar a mi familia. Los pueblos están llenos de familias grandes, usted sabe, y la mía no era la excepción. Cenamos en la casa de mi mamá, era la más grande porque ahí vivimos todos una vez. Hace mucho tiempo que la familia no se reunía de esa forma.  Me dio tanta alegría vernos así que los invité a una tarde de río y pequeco. Y así se hizo, al día siguiente nos reunimos todos para disfrutar del agua, la compañía y la comida. Mi mamá estaba muy feliz, recuerdo que me dijo: 'He comido esta tarde, el mejor pequeco de mi vida'...

 

Reencontrarme con amigos de la infancia fue una de las mejores partes. Uno puede hacer amigos en otro lugar y acostumbrarse a todo, pero siempre va extrañar a los colegas del barrio. Con ellos también me he reunido, uno no debe perder el contacto con los buenos amigos. Cuando yo estaba estudiando, pasaron en las noticias la resistencia de Caldono, en las imágenes pude ver a Maira Campo, me alegró mucho ver que mis amigos estaban haciendo algo por el pueblo, en ese momento me entró un deseo enorme por estar ahí y poder apoyarlos. Ya que no podía hacer nada de forma presencial, los incluía en mis oraciones, pidiendo que no les pasara nada malo.

 

Siempre me he sentido muy agradecido con mi madre por apoyarme en todo sentido. Por eso decidí que quería trabajar con adultos mayores. Constantemente imagino que cada adulto al que ayudo, hizo muchas cosas por sus hijos o por otras personas y que por eso merece la mejor atención. Es mi forma de agradecer al mundo por los padres y madres. Este trabajo es muy gratificante, las personas ancianas tienen la dulzura de un niño y la sabiduría por su larga experiencia de vida.

 

Uno con las personas que trabaja tiene que ser como con los hijos, nunca debe tener un favorito, pero yo lo tenía. Se llamaba Manuel, fue uno de mis primeros pacientes. Vivimos muchas cosas, pero nunca me voy a olvidar del día que nos conocimos...

 

Yo salía de almorzar del restaurante de mis amigos, llegué al hospital y antes de encontrar la habitación en la que estaba el que sería mi paciente favorito, empezaron a sonar unas alarmas y todo el mundo estaba corriendo. Me preocupé por él así que corrí a su habitación y cuando llegué estaba tranquilo sentado en su cuarto a oscuras, con una seña me invitó a sentarme “estese tranquilo”, me dijo. De la nada emprendió a contarme cómo era en sus tiempos el hospital, él era médico. Decía que cuando esas alarmas se encendían, las balas ya estaban en el aire y las explosiones ya habían terminado su labor de destrucción. Cuando pararon las alarmas salimos a ver qué pasaba y las enfermeras nos dijeron que solamente había sido un simulacro, que hace mucho no realizaban uno y debíamos estar preparados.

 

Con Manuel siempre hablábamos de los acuerdos, de política, la violencia, la doble moral, todos esos temas controversiales. Él tenía un buen corazón y sabiduría de sobra, usted lo hubiera visto… Gracias a él aprendí a perdonar de otra forma. Yo solía creer que perdonar era muy diferente a olvidar. Lo único que hacía era guardar rencor y el rencor carcome por dentro. Ahora cuando perdono dejo todo atrás. Me he dedicado a concienciar a las personas de que el conflicto nos afectó a todos. Todos fuimos víctimas, se perdieron vidas en las FARC, la policía, el ejército, la población civil… a Manuel nunca le alegró la muerte de un guerrillero, él veía la pérdida de un ser humano, no la baja de un enemigo.

Redescubriendo Caldono
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