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Al final de todo y sin buscar culpables, nosotros los caldoneños nos quedamos en el medio y fuimos quienes soportamos todo.

En mi pueblo se vivió mucha cosa pero lo sobrevivimos unidos, como vecinos. El conflicto a uno lo vuelve duro pero al mismo tiempo más humano, le permite encontrar en el otro a un amigo, a un apoyo. No con todo el mundo fue así, no todos eran amigos, nos dejaban solos y luego nos culpaban.

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Muchas veces se dijo que a Caldono la guerrilla no se iba a entrar, porque muchos miembros de esas filas eran de ahí o tenían sus familiares en el pueblo, pero no fue así, si se entraron, a partir de un 9 de febrero de 1997 las tomas y los hostigamientos fueron pan de cada día. Muchos decían que los caldoneños éramos guerrilleros, ¡qué mentira más grande! Cuando había una toma ahí en el pueblo en las veredas cercanas se burlaban y decían “esta noche hay fiesta en Caldono”.

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Pasábamos la noche en vela, preocupados de que un tatuco o una pipa nos cayera sobre la casa, escuchando las explosiones, agarrando nuestros hijos fuertemente, sin dormir y sin comer. Aun así, bajo esas circunstancias al escuchar que un vecino golpeaba nuestra puerta corríamos a abrirle, a recibirlo y a pasar las horas juntos. Todos éramos familia. Eran horas, incluso días los que pasábamos con la guerra cerca, necesitábamos más apoyo, necesitábamos silenciar las balas y las bombas para poder dormir en paz.

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Los ataques no iban guiados a matarnos a nosotros, al pueblo, eso entiendo yo. Era a la policía contra quienes se iban, ya los tenían fichados, ya sabían quienes llevaban puesto su uniforme. Los policías en el día se escondían de tienda en tienda para no ser identificados y en la noche se guardaban en sus bunkers. Y a nosotros ¿quién nos protegía?  Quienes se supone que nos debían proteger se debían proteger a ellos mismos. Después de un ataque ellos sacaban pintura y cemento y arreglaban los daños hechos a su puesto. Pero ¿quién respondía por las casas en el suelo, las noches en vela, los heridos y el impacto psicológico?

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Al otro día, cuando se callaban los fusiles llegaban las tropas, esas qué sí estaban bien armadas, “¿por qué no llamaron al iniciar la toma?” “Es que ustedes sabían y son cómplices por eso no avisan” era lo que nos decían, nosotros vivíamos eso y luego nos culpaban. ¿Llamar? Al iniciar y en medio de una toma uno no pensaba en llamar, uno cogía a sus hijos y se escondía lejos de las balas. ¿Cómo sabríamos nosotros cuando iba a iniciar una toma?, ¿por qué no nos apoyaban antes?, ¿por qué solo llegaban a regañarnos? ¿Cómplices?  Por qué seríamos cómplices de aquellos que tumbaban nuestras casas y nos quitaban la tranquilidad.

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Lo cierto es que estuvimos en el medio, en medio de una guerra y de dos actores. Los tatucos y las pipas volaban sobre nuestras casas, esperando darle al puesto de policía, nunca llegaron allá, se quedaban en el camino, caían sobre nuestros hogares, no tenían dirección, solo tenían la intención de herir. Tristemente nosotros, el pueblo, fuimos quienes resultamos más afectados. Culparnos por vivir aquello era la excusa para no afrontar su deber y responsabilidad.

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Las opciones siempre fueron simples, irnos y dejarlo todo o quedarnos y vivir eso, sin apoyo. Hicimos otra opción, nos parábamos entre todos los escombros y fuimos fuertes, nos quedamos y miramos a la cara a quienes nos hacían caer, les decíamos que no más. La guerra siempre afecta sobre todo a los del medio, así fue.

Los del medio

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