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Todo cambió

Relato escrito

En los tiempos de mi juventud vivir aquí era muy tranquilo, aunque nosotros no contábamos con muchas riquezas, al igual que el resto de los vecinos del pueblo, éramos muy felices. No nos faltaba ninguna de las comidas sobre la mesa, compartíamos en familia y eso era lo más importante. Mi padre, Aurelio, era campesino y trabajaba duro en un lote de tierra que tenía más arriba, allí cosechaba algunos productos que luego vendía en el mercado del pueblo y con eso nos mantenía a todos, cinco hijos, tres hombres y dos mujeres, y a su querida esposa, mi madre adorada, doña Ligia.

Doña Ligia era toda una matrona, ella nos educó a todos con valores de humildad y respeto. Sabía cómo llevar las riendas de un hogar, tenía el control sobre todos los ingresos que llegaban a la casa, aunque eran muy pocos, siempre sabia sorprendernos con un sancocho de gallina bien bueno en domingo, e incluso nos hacía de vez en cuando torta de banano, cuando ya estaban muy maduros, ella no los dejaba perder, y sabía aprovecharlos para darnos el placer de disfrutar de un manjar de vez en cuando.

Evelio era el mayor de los hermanos, a mí me llevaba cuatro años de diferencia, ese verraco era muy trabajador, desde muy pequeño fue quien ayudaba a mi padre en épocas de cosecha, se sabía ganar los pesitos para sus cosas y para aportar en la casa. Evelio era muy tranquilo, era el que mejor carácter tenía, nunca discutía con nadie y a todo el mundo le caía bien, aunque con las mujeres no tenía mucha suerte, como era tan buena papa se aprovechaban de él, y siempre andaba por ahí sufriendo por alguna mujer.

Luego seguía Carlos Ernesto, ese si era una joyita, era el consentido de la casa, quien más guerra le dio a mi vieja, porque no hacía sino coger la calle. Cuando menos se lo esperaba, subía alguna amiga de doña Ligia a avisar que Carlos Ernesto estaba en problemas en el pueblo. Le gustaba mucho beber guarapo y cuando eran las fiestas del pueblo, el patrono San Lorenzo, se perdía toda la semana, a él no le importaba mucho nada, sólo se dedicaba a vivir la vida tomando alcohol e ir de fiesta en fiesta por todas las veredas.  Pero como éramos de aquí del pueblo, de toda la vida, todos nos conocían, mientras estuvo aquí nunca le pasó nada, más que uno que otro agarrón de muchachos. Cuando llegaba a casa, mi madre siempre le echaba cantaleta un rato y luego ya le estaba preparando cualquier caldo para que se le quitara la borrachera.

Luego seguía yo, de mí no sé qué tanto puedo decir, la verdad es que yo a mi familia la quise mucho, pero era el más aislado de todos mis hermanos. Cuando tuve la edad me fui del pueblo un tiempo a buscarme la vida, una vez fuera conseguí mujer, me enamore, me estuve dando vueltas con ella por Caldas, y cuando la cosa con el trabajo se puso color de hormiga, me devolví a mi pueblo, a mi Caldono del alma, que nunca me falla. Para ese entonces, ya mi querido padre había fallecido, le ataco un problema de corazón de un momento a otro y mi diosito lo llamó a sentarse a su lado, mi vieja no estuvo por mucho tiempo, el amor de antes era muy fuerte, ella no soportó la pérdida de su esposo, a los pocos meses se fue con él a hacerle compañía.

En la casa familiar estaba la hermana menor, quien había cuidado a mis padres en sus últimos días, la otra hermana se había volado hacia unos años con un novio, poco antes de que fallecieran mis padres, no volvimos a saber mucho de ella. Clara, la menor, era una niña muy obediente, desde muy pequeña le había gustado el estudio y siempre estuvo ahí ayudando a mi madre en las labores del hogar. Lastimosamente, le toco la etapa más complicada, tanto familiar como de la situación del pueblo, cuando cumplió quince años, los viejos ya no estaban en la casa y la tranquilidad que caracterizaba el lugar que me vio crecer, se había perdido.

La noche anterior a su cumpleaños quince, habíamos pasado la noche en vela por un hostigamiento, en ese momento, nosotros le llamábamos balacera, no estábamos acostumbrados a presenciar algo así, luego fuimos comprendiendo y distinguiendo lo que era un hostigamiento de una toma guerrillera, no se sabe que es peor. Por un lado, cuando están hostigando no se puede conciliar el sueño, porque la mayoría de las veces suceden de noche estos eventos, uno se pasa esperando el momento a que termine, como puede durar media hora, puede durar toda la noche. En el segundo caso, las tomas, los fuertes estallidos y la zozobra te impide mantener la paz, cuando no estábamos preparados corríamos a escondernos a donde pudiéramos, luego en algunas casas habilitaron sótanos para resguardarse, nosotros no teníamos entonces pedíamos resguardo en la casa de los Yamayusa.

Luego de aquella infortunada velada previa a los cumpleaños de Clara, se perdió el reposo en Caldono. Aquel pueblo en donde ni la violencia más fuerte a nivel nacional como fue el bipartidismo había logrado romper. Para aquella época, este pueblo fue uno de los pocos en donde no se derramó ni una gota de sangre. Cuando hubo manifestación revolucionaria por parte de algún liberal o conservador, el resto de vecinos intentaba arreglar las diferencias por medio de la palabra y la gentileza. Por eso, no entendíamos, no razonábamos que pasaba y porque estábamos siendo blanco de aquellos ataques.

La juventud y adolescencia de Clara, a diferencia de la mía, se desarrolló entre la desconfianza y la destrucción. Cuando yo tenía 18 años, el parque era el lugar de encuentro con los amigos y donde uno hacía sus primeras conquistas amorosas con las señoritas del pueblo. Para Clara estaba cancelada la idea de estar en ese lugar pasadas las 5 de la tarde, y mucho menos entablar amistad con algún muchacho, en esos años llegó mucha gente nueva al pueblo y los antiguos vecinos habían iniciado a migrar a otros lugares por la inseguridad, no se podía ir confiando en cualquiera.

Los fines de semana en mi juventud, hace unos cuarenta años, uno se iba para el río Ovejas con el chingue para bañar y molestar con los amigos todo el día, por allá recechábamos muy rico. Nos tomábamos una que otra cervecita, éramos muy sanos oyó, no se veía lo que se ve ahora. También solíamos subir a la zona más alta de pueblo a contar historias y hacer comelonas entre todos. En la juventud de Clara, los mismos lugares han representado peligro y yo como hermano mayor trataba de mantenerla alejada de esos lugares. Solo quedamos nosotros dos de la familia en casa.

En la actualidad sólo estoy yo en la casa, ya estoy muy mayor y no tengo familia cerca, cuento con el apoyo del padre de la parroquia y uno que otro vecino de los que nacieron aquí en Caldono, que se acuerda de mí y de vez en cuando me ayuda con las cosas del hogar y se acuerda de darme vuelticas y revisar que todo por acá ande muy bien. El pueblo en el que crecí ya no es el mismo, han pasados muchas cosas duras, sin embargo, aquí sigo, y aquí seguiré, porque no hay ningún otro lugar en el mundo en el que me sienta más a gusto.

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