
Toda la vida
Relato escrito
Algunas decisiones marcan la vida, traen consecuencias a largo plazo y grandes responsabilidades. Hay decisiones que se toman por la falta de oportunidades, hay decisiones correctas y grandes errores, la guerra nunca debería ser una decisión ni mucho menos una opción.
Cuando tuvo la maleta lista la escondió debajo de la cama para asegurarse de que nadie la revisara. Era muy importante que el pequeño maletín solo contuviera dos cambios de ropa y algunos documentos de identidad, cosa que le resultaba algo extraña. Tan solo dos cambios de ropa para un viaje que duraría toda la vida, se preguntaba si serían suficientes. Quizá aquellos cambios luego no serían simples prendas, sino el único recuerdo de su familia, su casa y la vida que solía tener.
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Aunque era de noche todavía quedaba tiempo para disfrutar de algunas horas de libertad, del último sábado que podría vivir como un muchacho común de trece años, con sueños e ideas revueltas en la cabeza. Mientras salía de casa pensó en sus amigos, los que como él también se habían ofrecido a tomar las armas. Pronto dejaría de llamarlos por sus nombres, tendrían algún alias extravagante o se referiría a ellos simplemente como ‘compañeros’ ‘camaradas’.
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A partir de mañana serían cuatro muchachos de escasos trece años empuñando cada uno un fusil, corriendo detrás de otros que deberían reconocer como sus hermanos pero llaman enemigos. Cuatro muchachos de trece años defendiendo y gritando ideas que ni siquiera tienen la edad suficiente para comprender. Cuatro muchachos de trece años jugando a la guerra sin saber que esta no es ningún juego, sino la vida real.
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Milton sabía que a la ligera y sobre todo desde afuera, su decisión de unirse a las filas podría verse como una idea ridícula e incluso difícil de creer. Nadie en su sano juicio se ofrecería a dejar la tranquilidad de su casa y el amor de la familia para vivir en la selva, en medio de los disparos y las bombas constantes, con un fusil al hombro y las botas de caucho siempre en los pies. Pero Milton tenía sus razones, quizá a otros podían sonarles absurdas, descabelladas, habría también quien las encontrara tremendamente coherentes, pero no le interesaban la opinión de los demás, eran sus razones, su vida y era finalmente lo único que importaba.
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Antes de decidir irse a combatir, él ya había visto a varios de sus compañeros de colegio partir con el mismo objetivo. El reclutamiento era cosa de todos los días y de todos los bandos, en un municipio como Caldono azotado por la violencia y la falta de oportunidades, las opciones parecen reducirse a trabajar para el ejército o para la guerrilla, sin terceros caminos ni alternativas. Cada equipo utilizaba trucos distintos para convencer a los jóvenes indecisos, charlas ideológicas, incentivos económicos, amenazas.
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Los oficiales del ejército tenían que esperar hasta que Milton y sus compañeros tuvieran 17 o 18 años para aparecer en su vida y así obligarlos a unirse a la guerra. La guerrilla por otro lado, no conocía límites de edad y se paseaban como Pedro por su casa buscando muchachos jóvenes que reclutar. Un día cualquiera Milton los vio en el parque, otro en la final de un partido de fútbol, incluso llegaban hasta el colegio, con las manos llenas de promesas vacías y una sarta de mentiras que la mayoría de los alumnos creían completas.
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Entonces sus compañeros de clase fueron desapareciendo, a veces uno por uno, a veces en grandes grupos. Los motivos solían variar, algunos deslumbrados por el camino fácil repetían como discos rayados que ‘allá pagaban un montón de plata’ y hasta regalaban cosas; otros alegaban tener la suficiente fuerza para empezar a trabajar y así abandonar por fin la escuela; estaban también quienes habían naturalizado la presencia de las tropas guerrilleras y los veían simplemente como otra posibilidad de trabajo, por ultimo estaban aquellos que se iban buscando un futuro mejor, no solo para ellos sino también para su familia. Con la maleta cargada de dos cambios de ropa, algunos documentos, muchas esperanzas y una que otra ilusión frágil, cruzaban la puerta con el objetivo de enviar dinero a su casa, de acabar con el terrible fantasma de la pobreza que los atormentaba y había perseguido desde el primer día en que pisaron el mundo.
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Milton pertenecía a este último grupo, cuatro hermanos y una madre viuda habían sido motivo suficiente para decidir irse. Para encargarse de ellos su mamá había recorrido una y otra vez el municipio vendiendo ‘cosas ‘en los mercados, las calles y los parques. No dejó nunca de hacerlo, ni cuando los pies muertos del cansancio le suplicaron que se detuviera, ni cuando los rayos del sol le pegaron con fuerza en la cara, tampoco paró cuando la decepción de ver que el dinero recogido no era suficiente le partió el corazón.
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El muchacho había sido testigo de todo el esfuerzo. Cuando era más pequeño acompañaba a su mamá a trabajar, de la mano visitaban mercado tras mercado, él la observaba vender, hablar sin parar y luchar por ellos con todo lo que tenía. En estos pequeños viajes se topó por primera vez con la guerrilla y aunque en ese momento no entendía quiénes eran, trece años le habían bastado no solo para comprender sus motivos sino también unírseles. Trece años vio a su mamá trabajar por él, trece años recibió de ella el cariño más sincero que conocía y trece años habían sido también suficientes, la hora cero llegó , era su turno de devolverle el trabajo, de regresarle gramo a gramo todo el cariño y amor brindados.
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Después de disfrutar un poco de la noche de sábado, Milton regresó a casa sabiendo que esta sería la última vez que dormiría en su cama y que vería a su familia. Encontró a su mamá sentada en la cama de la habitación, con la maleta que él mismo había escondido y el corazón partido por la pena, esta vez no por falta de dinero. Sin otra salida más que la confesión, le contó sus planes, le habló del sueño de ayudarla a mantener la casa y de su esperanza de que los que siguieran fueran tiempos mejores.
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Entre palabras de afecto y abrazos su mamá le rogó que no se machara, que se quedara por ella. El miedo protagonizaba cada palabra que decía y cada ‘por allá lo van a matar’ que repetía, aunque las ideas brotaban confusas por culpa de la tristeza y el desespero, algo dejo claro ‘Yo prefiero que sigamos aquí aguantando hambre, a no volverlo a ver’.
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A la mañana siguiente tocaron la puerta de la casa. El miedo había sido cosa de la noche y con la luz del día entrando por la puerta, la mamá de Milton llena de valentía dijo a quienes lo buscaban que su hijo ni se iba a ningún monte ni a ningún otro lado y mucho menos a pelear con nadie.
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De cuatro muchachos de trece años decididos a tomar las armas, solo tres lo hicieron. Los tres partieron con su maleta al hombro, era muy importante que la mochila solo contuviera dos cambios de ropa y algunos documentos de identidad, cosa que al principio resultaba algo extraña pues llevaban tan solo dos cambios de ropa para un viaje que duraría toda la vida. Sin embargo para uno de ellos, toda la vida resultó ser solo un año más, pues regresó al pueblo derecho a su propio entierro.
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Con el paso del tiempo, Milton creció y encontró en la universidad, la oportunidad que tanto buscaba para ayudar a su familia. Estudió, trabajó y sintió la satisfacción de cumplir sus sueños y aunque los años le trajeron felicidad, se quedó con varias dudas. Nunca supo nada de sus dos amigos restantes, ni sus familias, no se enteró como murió el otro de sus compañeros, tampoco supo nunca si dos cambios de ropa habrían sido suficientes para toda la vida…






































